El silencio puede ser también una mentira

Estamos a la mitad de la semana y no encuentro un tema intrínsecamente interesante. Esto aunado a que por causas que me está prohibido revelar no me encuentro en el ambiente propicio para la inspiración filosófica (yahh, que sea menos) me limitan para producir una entrada tan brillante como a las que los tengo acostumbrados (ajá).


Así que para salir del paso de forma galante vamos a platicar brevemente sobre Kimi ni Todoke (Shina-Kaburaki, 2011) la serie que iniciara su segunda temporada este año.

La temporada pasada había terminado bastante bien, con una promesa, o quizá una promesa de una promesa. El capítulo introductorio fue diferente pues hace un resumen de la primera temporada vista desde la perspectiva de una persona externa a la pareja protagonista. Y después viene el asunto de los chocolates. Y aquí la historia se vuelve a esa misma premisa que le ha dado cuerda al 80% de las telenovelas latinoamericanas: el silencio.

Por alguna razón uno de los protagonistas calla. Ya sea porque no quiere hacer daño, porque no quiere poner en un predicamento a la otra persona o porque le da miedo. El silencio se hace amigo de la inactividad. El protagonista solo observa incapaz de reaccionar ante el mundo que lo rodea. Y la tensión se va formando en las circunstancias. ¿Por cuánto tiempo se puede callar? Quizá toda la vida. Cualquiera puede decir que es más difícil callar que decir las cosas, pero eso dependerá del mensaje que se tenga que decir. No es sencillo hablar lo importante. Y por cierto la japonesa es mundialmente famosa por ser una sociedad de pocas palabras. Podría parecer que esto es muy diferente a lo que reina en Latinoamérica sin embargo, si bien es cierto que nuestra gente es dicharachera y lenguaraz, también es cierto que no somos muy buenos en discutir las cosas que importan, en ser sinceros. Inventores de maravillosas historias, trasladamos la ficción a la vida cotidiana. ¿En dónde andabas? ¿Cómo te sientes? ¿Cómo me veo? Son preguntas que reciben respuestas dignas de un concurso de cuento fantástico.

Recuerdo una narración de algún lado (nótese la referencia específica que invita a la seriedad del que escribe) en dónde una persona es invitada por un japonés adinerado a su casa y entonces el invitado comienza a cuestionarlo. Debido a que el anfitrión no sabe inglés se hace acompañar de una linda muchacha quien traduce para ambos hombres. Lo que sorprende a nuestro narrador e invitado es que el anfitrión simplemente responde con lacónicas frases a las preguntas y sin embargo la traductora y secretaria del hombre explica por varios minutos lo que su jefe quiso decir.

- ¿Por qué tiene este pergamino aquí?- Pregunta el narrador, el anfitrión responde con tres palabras y la asistente responde con una explicación larga y minuciosa sobre la historia del escritor de dicho pergamino que pende de la pared y sobre lo que quiere decir la frase.

El Latinoamérica el anfitrión se pasaría una hora hablando sobre el cenicero que está en la mesa de centro pero lo sorprendente es que 90% del tiempo estaría diciendo exageraciones, tergiversaciones o plenas mentiras.

La verdad puede esconderse tras el silencio o tras las palabras. Justamente por eso Latinoamérica no está tan lejos de Japón en este ámbito tal como el extremo inicial y final de un círculo no están tan lejos el uno del otro.

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