Y se movió el piso

No tengo la costumbre de ver ningún noticiario. Todos me parecen una expresión de la nota roja. Quizá porque lo único que queda en nuestra sociedad es la nota roja o quizá (y esta es la teoría que apoyo y creo casi cierta) porque las buenas noticias no venden, la felicidad no es buen producto, no genera polémica. Intento no verlas en la mañana para evitar amargarme el día e intento no verlas por la noche para, peor aún, amargarme el sueño. Sin embargo, es imposible estar incomunicado del mundo, así que leo los principales encabezados de los periódicos por la tarde. Una vez que hube comido y me encuentro en el humor de soportar la tristeza de la guerra y la estupidez de los políticos. Así que nunca estoy al día, mis noticias suelen ser atrasadas pero al menos confirmadas. A pesar de ello hay noticias que te persiguen, y llegan a ti sin buscarlas.


Justo cuando llegué al trabajo alguien preguntó si algo había acontecido en Japón. Fue una voz amiga pero lejana la que hizo el cuestionamiento y bien pudo ser algo relacionado al trabajo así que me abstuve de preguntar por detalles. Cinco minutos después llegó otra persona preguntándome directamente si sabía lo que sucedió en Japón. “Un terremoto”, me dijo y añadió que bien podía estar entre los más fuertes en la historia. Más tardó en decirme que yo en voltear a Internet por mayor información. Un sismo de 8.6, y no de 9 como se dijo en un principio, hizo crujir el suelo del norte de la isla y por si esto no hubiera sido suficiente, un Tsunami, producto del evento telúrico, arremetió también con fiereza.

Hay muchos muertos. Los números se han ido apilando poco a poco. Al momento la cuenta va en 1000. Mil personas que han dejado este mundo y que dejarán un mayor número de personas que las extrañaran por mucho tiempo. Mil almas en el lugar y tiempo erróneos ya no serán más. Tonto, vano y desconsiderado es citar en este momento CUALQUIER animación. La vida no es una caricatura por más artística que esta sea. Quizá después, cuando pase el dolor, la tristeza, el vaho de pérdida, podamos hacer referencias, plasmar historias. Por el momento les queda a los nipones aplicarse a salvar tantas vidas como sea posible. Porque hay excepciones y seguramente mientras esto escribo, hay varias personas debatiéndose entre la vida y la muerte sepultadas bajo los derrumbados edificios, en las camas de los improvisados hospitales o bien perdidas en un lugar aislado. Muchos países seguramente enviarán equipos de búsqueda para ayudar. Desde aquí agradezco a esas almas bondadosas que arriesgan su propia vida para salvar las de otros, para esto no hay pago que valga. Para aquellas almas desconsoladas en la isla les mandamos un cálido abrazo, nuestros mejores deseos, nuestras oraciones.

De entre la tristeza se sabe que Japón es uno de los países mejor preparados para minimizar los efectos de estos desastres naturales, así que por lo menos la ayuda llegará de manera más o menos eficiente para que el dolor sea, con suerte, un poco menos. Muchos lo perdieron todo. Y nosotros desde aquí solo podemos ver las imágenes de un helicóptero mostrando los despojos de un terremoto barridos por olas gigantes.

Su dolo nos es palpable aunque nos es lejano. Pero aquellos que han vivido los terremotos en México y Chile de seguro reconocen en estas imágenes el sufrimiento propio, porque no importa dónde nos encontremos el hombre es el hombre y el desastre sigue siendo el desastre.

Ojalá que podamos ayudar a nuestros hermanos japoneses en desgracia, más aún, ojalá que lo hagamos.

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