El Artista

Una amiga mía tenía serios problemas con la película de El Pianista (Polanski, 2002). Curiosamente sus quejas no eran ni argumentales ni estéticas, esta película tiene mínimos fallos en cualquiera de ellos valdría aclarar. Su amargo descontento era a causa del nombre mismo de la cinta. Para ella, que siempre se ha caracterizado por blandir una lógica aplastante, era tonto que la película se llamara el Pianista porque nada tenía que ver este hecho con la cinta. Fueron vanos mis intentos en hacerle ver que se llamó así porque era esa la profesión del protagonista de la cinta. Y fue gracias a la fama que tuvo por dicha profesión que pudo encontrar la poca ayuda que recibió. Habrá que aclarar que la mínima ayuda en un momento desesperación es siempre una inmensa ayuda.


A mi amiga sin embargo, estas razones por más validas que me parecieran a mí y a el señor Roman Polanski, no pudieron ablandarle el corazón y contra argumentaba diciendo que para que la cinta fuera digna de dicho título debería de hacer gala de muchos más muestras musicales y que por lo tanto Szpilman, quien en la vida real vivió todas estas desventuras (pues la cinta está basada en una autobiografía), debió de tener muchas más escenas tocando el piano.

Inútil es, mis queridos lectores, convencer a una mujer decidida en cuestiones técnicas. Por supuesto esta no fue la excepción. Pero lo interesante del asunto es que en una de las escenas decisivas de la película Brody (quien hace el papel de Szpilman) sí toca el piano, en unas circunstancias totalmente extrañas pero aún así, logra crear arte cuando sus dedos entumecidos se deslizan por las teclas blancas y negras como la vida fluye por días y noches.

Así son los verdaderos artistas. Todos tenemos ráfagas de inspiración, en ocasiones nos sorprendemos escribiendo algo que suena bastante bien, tocando una canción que no conocíamos, cocinamos algo maravilloso pero al momento siguiente las mismas instrucciones, las mismas palabras, las mismas notas nos llevan al lugar común (lo cual no es necesariamente malo). Sin embargo los verdaderos artistas tienen que ser capaces de hacer arte con recursos limitados, en situaciones adversas, desde la tristeza y desde la alegría. Un artista puede y debe hacer arte siempre, ese es su tarea.

Picasso (cuyas pinturas confieso todavía no terminan de caber en reducido criterio) decía que es mejor que la inspiración te tome trabajando. Es decir, que los artistas deben intentar la creación siempre de tal suerte que cuando los alcance esa ráfaga que tarde o temprano a todos nos alcanza, ellos estén trabajando, listos para expresar todo lo que llena su alma, con las herramientas necesarias, con la pasión indispensable.

Cuando así sucede, cuando estamos navegando y llega la esperada corriente, entonces surge la genialidad, la obra maestra. Ese elemento insubstancial que le dice a todo mundo lo que ya sabía pero nunca había podido expresar. Al difuminarse esa locura momentánea, el artista vuelve a su lugar a esperar la próxima ola.

Quizá la mayoría de nosotros no seamos artistas pero cada que nos llegue esa tormenta que es la inspiración no la desaprovechemos, hagamos lo que nuestra alma nos dicte hacer. Quizá no sea una obra maestra, pero dentro de ella se podrá percibir lo que somos. Y el ser, el ser transparente, es un regalo inmenso para la gente que nos ama. Porque el ser humano es opaco casi siempre pero el arte ilumina.

Estamos en contacto.

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