Las máquinas seductoras o sueños en desvelo

Hoy mi día no empezó en la parte nocturna de la mañana tal como el día de ayer. Eso de tener juntas a las 7am es uno de los tremendos daños de la globalización. Cuando los grandes pensadores económicos se imaginaron una sola economía compartida por todos los países en esta tierra. No se pusieron a pensar que en Asia están en otro horario y que no siempre están dispuestos a asumir el horario occidental. Así que sin ninguna especie de negociación las juntas con Asia se hacen en horarios nada amigables. Como la de ayer a las 7am o bien a las 11pm mientras uno anda buscando su pijama de los pitufos. Pero aún así tengo un sueño rezagado de varios…años.


Uno podría pensar que son los hindús y los chinos quienes necesitan el trabajo y son ellos quienes deben de someterse a los designios de occidente. La verdad es que occidente se somete a los caprichos monetarios. Si el servicio te va a costar el triple por estar en tu huso horario pues prefiero develarme o desmañanarme por un precio más módico. Por supuesto quienes firman estos contratos duermen plácidamente sobre sus almohadas de pluma de ganso y cobijados por blancas sábanas de algodón egipcio y quienes sufrimos severos conflictos de sueño somos quienes nos encontramos en el frente de batalla laboral. El trabajador del día a día, quien empuja bajo la nobilísima guía de los sabios directores empresariales los pesados engranes de la maquinaria industrial. Los engranes del desarrollo.

Y ahí me tienen cabeceando a las 0hrs y luego arrastrándome a la ducha a las 5am. A veces me sorprende como llego al trabajo. Mi vida se transforma en un conjunto de fotografías. En un momento estoy en mi casa y en otro estoy en la oficina, el lapso que pasa entre esos dos sitios de trabajo. Porque hay que aclarar que con la ubicuidad que brindan los medios de comunicación modernos cualquier lugar es un lugar de trabajo. El café, el McDonalds y por supuesto la residencia personal son ahora extensiones de la oficina virtual. Desplazarme de mi dirección oficial de trabajo, a la que antes denominaba hogar (dulce hogar) es una transacción que nunca aparece en mi memoria.

¿Cómo manejo de un lado al otro? ¿O me voy en camión? ¿O quizá me lleva a casa esa chica hermosa que se sienta a tres cubículos del mío? ¡Pero si a tres cubículos del mío lo único que hay es una maceta y una impresora! ¿Me estaré enamorando de las plantas? O peor aún ¿estimaré en demasía un aparato cuyo trabajo es concebir el mundo en blanco y negro? ¡Eso si que no! Si algo he aprendido en la vida es que muchas de las cosas en ella son grises y de colores. Un simple blanco y negro no funciona para mí, sería demasiado denigrante ahora emparentarme por vías del amor con alguien que concibiera la vida en absolutos. ¿Cuántos grises podrá imprimir? ¿Tendrá soporte de por vida? Eso sí estaría bien, tener una pareja con un número 01800 al que podamos llamar cuando no funciona bien. ¿No la podemos encender? Inmediatamente llamamos y un experto certificado nos explicará las instrucciones precisas para que vuelva a responder inmediatamente a nuestro tacto. ¿Ya se ve maltratada? Inmediatamente viene el técnico y le cambia las piezas gastadas. –Pero mira- de seguro me dirían mis amigos con mucha envidia–se ve como nueva-. ¿Y si compro el plan de reemplazo? ¡Qué bien! En cuanto salga el nuevo modelo me quitan el actual. ¡Siempre estaré a la vanguardia!

Creo que tengo una junta en unos instantes, ya ni siquiera me fijo en la hora, solo sigo las alarmas del teléfono y de la computadora. Siento que esa impresora está parpadeando su pantalla a propósito, es una coqueta. Mejor trato de cortejar a la planta, aunque sea de plástico está todavía verde. ¿Ya les había dicho que tengo sueño?

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