La omisión por cercanía

Hay días en los que no me quiero ver al espejo. Aunque mis estimados lectores no lo crean, en efecto existen esas jornadas en que incluso yo, que soy reconocido entre todo tipo de damas como un rostro irresistible, un cuerpo escultural y de una caballerosidad magnética. Incluso yo, no me quiero ver al espejo algunos días. Podrá sonar falso pero la belleza también cansa y de tanto mostrarla va agotando al espectador.


Me imagino que es precisamente esta causa por la que los habitantes de una ciudad no visitamos o siquiera conocemos los atractivos turísticos de nuestra propia ciudad.

En algún tiempo de mi vida hice migas con una chica quien se vanagloriaba de viajar frecuentemente. Y en efecto, cuando le preguntabas la ruta de tren que había que tomar para llegar al centro de París ella respondía casi inmediatamente ante la mirada atónita de quienes escuchaban y cuya máxima experiencia turística consistía en ir en semana santa a Puerto Vallarta. Yo no me incluyo en ese grupo porque a mí en Semana Santa no me gusta viajar.

Uno de esos días cuando la chica a quien llamaremos Rose se encontraba en su narración detallada de las banquetas cerca de los Campos Elíseos, un nuevo chico, ignorante del enorme prestigio de quien narraba se atrevió a lanzar una pregunta imprudente que nos dejó atónitos: -¿Y has ido al Sótano de las Golondrinas?-. Para los lectores menos conocedores de los destinos turísticos que México ofrece, he de explicar que el Sótano de las Golondrinas es uno de los agujeros más profundos del mundo. Me parece que el segundo y por lo tanto es visitado por nacionales y extranjeros. Se encuentra en un lugar con vegetación abundante y el bajar por él es una experiencia que los amantes de la naturaleza y los deportes extremos valoran mucho. Es decir, es un destino mundialmente conocido, (quizá el único) del lugar dónde vivo.

Cerrado el paréntesis, el cuestionador imprudente inquirió y Rose se quedó sin habla ¿Qué tenía que ver un agujero con la pirámide de cristal del Louvre? ¿Qué tenía que ver un descenso con las calles milenarias de Grecia? ¿Qué tenía que ver la selva tropical con la campiña italiana? Me imagino que eso era lo que se estaba preguntando Rose mientras enmudecía por completo.

Y es que Rose nos había contado tantas historias sobre sitios maravillosos a miles de kilómetros de distancia que llegamos a crear que lo conocía todo. Que había nacido en una mochila y su cuna fue un asiento del Expreso de Medio Oriente.

Rose conocía cada roca famosa del planeta ya estuviera convertida en estatua, en fuente o formara parte de un edificio. Conocía el distinto olor de las grandes capitales del mundo, ese tufo inconfundible que te golpea cuando sales del aeropuerto y que es propio de cada lugar.

Cada que desaparecía por dos o tres días, Rose regresaba con una nueva marca: bronceado, quemadura, cortada y una nueva foto, dónde se le veía sonríete en frente de algo inconfundible. Una pirámide, una calle, un edificio, un paisaje.

Por eso cuando Rose enmudeció ante una pregunta tan sin importancia, todos pensábamos que ella intentaba recordar dónde había dejado la fotografía que comprobaba su experiencia en el Sótano de las Golondrinas. Pero su respuesta nos dejó desmoralizados: -No, no lo conozco- dijo. No se sí habiendo viajado 25 horas en avión el viaje de 2 horas en auto le pareció sin gracia, no sé si se sentía superior a ese hermoso lugar que debe su nombre a la enorme cantidad de golondrinas para las que sirve como hogar, no sé. Pero desde ese entonces no volvimos a preguntarle a Rose sobre sus viajes. Al día de hoy nadie de ese grupo ha visitado el Sótano de las Golondrinas lo cual es de esperarse de viajeros mediocres como nosotros pero no de Rose, quién no volvió nunca a recuperar su prestigio.

Estamos en contacto

Comentarios

Entradas populares de este blog

Iriya no Sora, UFO no Natsu (Cal. 8)

Fe de erratas de Cineti-K y distancias

Los puntos cardinales del Edén