Durante la cena

Era un comedor enorme, lo suficientemente grande para alimentar a un contingente olímpico con equipo de futbol Soccer, que de golpe añade a lo menos 17 barriles sin fondo que se formaran en el buffet cuántas veces sea necesario para “recuperar sus energías”, como me imagino que en las Olimpiadas no sirven cervezas para los deportistas de “alto rendimiento” seguro se tendrán que conformar con 3 tortas, su avena con fruta, dos vasos de café con leche y su plátano para el potasio, lo que conforma, como todos lo sabemos, el desayuno mínimo indispensable para desempeñar cualquier actividad digna de ser llamada tal.


Sin embargo yo no estaba ahí como parte de un equipo deportivo y ese no era el desayuno. Formados para recoger lo que nos quisieran dar para cenar estábamos un par de amigos entrañables (cuyo nombre no recuerdo) y su servidor. Delante de nosotros, en la fila, estaban varias gacelas de tiernas maneras, suaves voces, y curvilíneos contornos.

Gritando como guacamayas en celo, las féminas en cuestión estaban presumiendo sin ambages ni humildad alguna sus habilidades en la lengua de Shakespeare. Quisiera escribir que fue este hecho, indigno de cualquier dama honorable, lo que incito el evento que a continuación narraré, quisiera decir que todo lo acontecido fue en pos de buscar una justicia que se nos está prohibida a las clases bajas de los países tercermundistas, quisiera decir que luché también por ustedes compañeros, pero la verdad es que me gustaron las chicas y quise poner a prueba mis innegables dotes conquistador que consisten además de mi reconocida cultura y mis elegantes modales en mi encanto personal y varonil presencia. -¡Pobres chicas!- Me dije, -¡que sufrimiento el conocerme nada más para perderme!

“I speak English too”, dije con mi acento británico que tantas envidias ha despertado entre propios y extraños y lo dije con tanta seguridad que las damas en cuestión no tuvieron más remedio que voltear sus rostros para encontrar el mío. Desde ese momento ya eran mías.

“¿A poco?” Dijo una en un tono bastante mundano que adjudiqué a la sorpresa de encontrarse con un caballero de mi porte. Por supuesto que a este punto mis dos compañeros ya me estaban codeando tan fuerte que casi me perforaron un pulmón en sus afanes de que inmediatamente los presentará con las damas en cuestión y lo hubiera hecho, pues también soy reconocido por mi buen corazón y amistad inquebrantable, de haber tenido más tiempo, pero esa pregunta, que incluso pienso fue lanzada en forma desafiante, se adueño de mis pensamientos.

“¿A poco no?” Contesté en el mismo tono. Pensando que quizá aquella dama era extranjera y el suyo era el tono común en su región natal. Años después habría de darme cuenta, bajo otras circunstancias que nunca revelaré, que su tono era realmente de una subespecie humana que solo nace en una región del planeta y que se hacen llamar “tepiteños”.

Otra, la más altiva, me increpó “What is yor name?” (¿Cómo te llamas?) a lo cual mi boca respondió sin pensar. Mil veces había escuchado esa pregunta antes y mil veces la había respondido correctamente, pero ahí, justo ese momento lo imposible sucedió y mi boca por si sola musitó “I’m not” (No soy). Su carcajada de soez burla no tardó un solo instante y se extendió rampante por el enorme comedor en dónde todos me señalaban y se reían mordazmente de mi, aunque no tuvieran la más remota idea de cómo había iniciado todo. Incluso mis fieles “amigos” quienes, es de todos conocido, ni siquiera terminaron la secundaria y su léxico en español (el único idioma que medianamente entienden) consiste puramente en monosílabos y expresiones de gente zafia.

Mi cara enrojeció al límite cromático, baje la cabeza y no dije más, todos los demás se seguian burlando. El mundo todavía no estaba listo para mi despertar como genial Casanova.

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