Dolores que caen

Debo confesar que hoy me duele la cabeza, me dormí relativamente temprano pero todo parece indicar que (de nuevo) estoy en el umbral de una gripe. Mañana tengo programa y estos días me he dedicado a hacer lo que en muchos otros displicente y negligentemente no hice.


Con esto en mente les pido a mis nobles lectores que me tengan paciencia y no empiecen a decir luego, luego que si fumé pachulí, que si no la controlo no la consuma, o que invite para la próxima.

No, nada de eso, estoy un poco más atontado de lo normal pero en mis cinco sentidos. Puedo hacer el cuatro, me pongo a disposición de cualquier alcoholímetro y extenderé mi brazo (o lo que tenga que extender) para que me hagan el antidoping. Pero uno de verdad, no como los que les hacen a los deportistas profesionales en dónde nunca sale nada y si llegase a salir solo hace falta una segunda prueba para que milagrosamente desaparezca la sustancia prohibida. En los remotos (o re-motos) casos que llegan a castigar (a unos pobres tipos que carecen de amigos influyentes) los culpables denuncian que todo mundo sabía, que todo mundo lo hacía y que su única culpa fue comerse una torta de jamón que estaba malignamente influenciada. En resumen son simplemente las víctimas de un siniestro guión no apto para menores de edad.

Hay una película muy simpática que se llama Los dioses deben estar locos (Uys, 1980), acerca de un avión que arroja una Coca-Cola en la estepa africana y un nativo reconoce en esa botella de etiqueta rojo con blanco un regalo de sus dioses (esta actitud es muy parecida a la de los millones de adictos al liquido negro, nada más que en el mundo “civilizado” nos da pena usar taparrabos) pero debido a los problemas que causa hace lo que ninguno de sus adictos en el mundo habría hecho jamás (nada más imagínense que el patrocinador oficial de la navidad le retirará su apoyo a Santa Claus) se lanza al fin del mundo para deshacerse de la botella. ¿Y esto que tenía que ver con lo que estaba escribiendo? Ah, sí. El punto es que en ocasiones las circunstancias se adueñan del guión de nuestras vidas y después les echamos la culpa de todo.

Cierto es que hay cosas que no podemos controlar pero lo que sí podemos controlar es nuestra actitud ante ellas. Y para eso en Latinoamérica nos pintamos solos. Somos una región paupérrima económicamente pero salvo en muy contadas regiones, nuestra gente es famosa por ser pachanguera y de un ánimo festivo inigualable. Nuestras grandes fiestas son de las fiestas más grandes del mundo y de las más animadas. Nadie podría gozar el carnaval como nosotros, las fiestas a los mil y un santos que ni conocemos pero que son el motivo perfecto para los fuegos artificiales, para la cerveza, la cachaza o lo que mejor fermente en la región. La planeación del fin de semana comienza desde el Jueves y en general nada más estamos buscando como hacer fiesta. Creo (y esto también lo decía mi maestro Germán Dehesa) que esa es la razón por la cual todavía hay una región a la que podamos llamar Latinoamérica, después de tantos países que nos han pasado, de tantos líderes que hemos sufrido, de tantas luchas egoístas (como lo son todas las luchas) todavía tenemos tierra y sobre cualquier otra cosa todavía tenemos esperanza.

En fin, si hay algo me vaya a caer del cielo yo humildemente pediría unos 10 millones de euros. Pero eso sí, en cheque de caja certificado con su “marca de agua” y toda la cosa. No me vaya a convertir en una víctima más de la caída de la moneda. Hay que tener cuidado con lo que pide ¿no creen?


Estamos en contacto.

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