El lugar

Estar en el lugar adecuado, en el momento adecuado, de la forma adecuada en ocasiones es cuestión de suerte, pero el 99% de las veces es, sin embargo, cuestión de constancia. Y sin embargo es común encontrar a personas que no están contentas con su lugar en el mundo. No estoy estudiando la carrera que quiero, no estoy trabajando en lo que me gusta, no vivo en dónde quisiera vivir, y un largo etcétera de inconformidades, pero ¿Qué estamos haciendo para remediarlo?


A veces es necesaria una poca de fortuna para ser seleccionados por la NASA o para encontrar la banda de rock que es perfecta para nosotros, pero para que nos seleccione la NASA debimos de estudiar antes mucho, de tener buena condición física y de cumplir con otros muchos requisitos y solo después de eso viene la suerte. Para estar en la banda de rock del siglo debemos saber tocar al menos un instrumento y saber exactamente el tipo de música que queremos hacer para una vez que encontremos a los músicos que buscamos, podamos identificarlos.

Y entonces dirán que fue cuestión de suerte, y no se equivocarán, pero la descripción será incompleta porque hay que prepararse para que la suerte nos encuentre bien posicionados, para tomar la mejor ola del mundo tenemos que estar ya listos en el mar con nuestra tabla de surf.

Es cierto que nuestro lugar en el mundo es en parte determinado por el azar, nadie escoge a sus padres ni las condiciones de los mismos. Hay una lotería invisible dónde te puede tocar ser hijo de Bill Gates o de un campesino Afgano, pero lo importante es cómo nos ubicamos en dichas circunstancias. El hijo del hombre más rico del mundo puede ser un hedonista despilfarrador, el hijo de un campesino Afgano puede ser una persona que ayuda en la medida de sus posibilidades a las personas que lo rodean. ¿Qué será más meritorio?

Si el campesino quiere tener todas las cosas de los ricos entonces será una persona muy triste, sin importar que lo obtenga o no. Pero si utiliza sus circunstancias para ser feliz, alcanzará dicho gozo. Una frase de la película Jerry McGuire (Crowe, 1996) me parece que refleja de manera magistral el tiempo en que vivimos. Madre e hijo viajan en avión y desde su lugar se puede ver y escuchar lo que sucede en las primeras filas de la sección de primera clase, una sobrecargo se da cuenta del interés inusual de la mamá y decide cerrar las cortinas bruscamente para cercenar la línea de visión y evidenciar la descortesía de la interesada chica (es una mamá muy joven), quien se apena y suspira. Su hijo la nota algo desencajada y le pregunta: “¿qué pasa mamá?” y ella contesta “primera clase, eso es lo que pasa. Solía significar una mejor comida y ahora significa una mejor vida”.

Es decir, que hoy por hoy las pertenencias, el dinero, los bienes materiales son el termómetro de la felicidad. Dejamos de lado la alegría intima de sentirnos contentos con nuestro lugar en el mundo. Esto no quiere decir que debamos conformarnos, esto no quiere decir que el dinero no ayude hasta cierto punto a tener una mejor vida. Pero la verdad es que los hijos y los padres de los pobres mueren igual que los hijos y padres de los ricos y hay zarpazos del destino que ni el dinero puede sortear.

Si no nos sentimos contentos con lo que somos ahora, no es necesario que cambiemos radicalmente pero es indispensable que empecemos a hacerlo antes de que se nos agote esta maravillosa oportunidad que llamamos vida.

Estamos en contacto.

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