El infierno de la debilidad

Esos eran títulos y no tonterías. En este capítulo de la novela El rojo y el negro (1830) se narran las desventuras de un padre cuyo sueño era que su hija se convirtiera en Condesa pero la irredenta muchacha lo enfrenta con la terrible realidad de que por ahí no va la cosa.


En este caso me parece que la debilidad del título está enfocada en que el padre no tiene la fortaleza suficiente para tomar una decisión. Y es que está difícil. Imaginaos que vuestra hija (o vosotros si son damiselas en edad de merecer) se encuentra por desposar a un noble y adinerado caballero, en aquellos tiempos cuando para casarse con alguien de linaje era necesario no solo ser inteligente y adinerada sino además de tener un padre que supiera cabildear los tiempos y los negocios. Tener un Titulo (con T mayúscula) era una tarea dificilísima para quienes no tenían la fortuna genética de nacer con él.

Eran necesarios un montón de dinero, contactos y cuidados para que todo cuajara y los herederos (porque era casi imposible ganarlo para uno) obtuvieran tan anhelado nombramiento. Estamos hablando de la Europa del siglo XIX, por supuesto, en la actualidad las chicas simplemente necesitan verse bien y ser inteligentes para granjearse el amor de un caballero importante. Claro que en los días que corren la sangre azul se ha cambiado por papelitos verdes. Pero aún así, aunque el nivel de dificultad ha disminuido ostensiblemente, nadie les refuta la complejidad de allegarse en matrimonio a un caballero de renombre.

Pero decíamos pues que tras años de trabajo, dinero y esfuerzo vuestra hermosa heredera les anuncia de buenas a primeras que siempre no: “muchas gracias por participar”, “déjanos tus fotos nosotros te llamamos”, “cupón no ganador, inténtalo nuevamente”.

Cualquier padre, hasta yo si tuviera vástagos, pondría el grito en el cielo y se revolcaría en charco con sapos y sanguijuelas hasta que lo abatiera el cansancio. En este caso la debilidad es un infierno.

Y la indecisión es un infierno porque nos tiene en la incertidumbre y nada hace más daño que la incertidumbre. Es bueno dudar de todo pero una vez que tomamos una decisión más vale que no nos atormentemos pensado si estuvo bien o estuvo mal. Hay que evaluarla, pero regresar al momento en que la hicimos es imposible. Debemos aprender de ella, analizarla antes y después de hacerla pero es inútil atormentarnos por ella.

Si aún no tomamos la decisión nuestro corazón va de un lado al otro, imaginando posibles desenlaces, torturando nuestros días presentes con implicaciones futuras erigidas en el reino de la probabilidad. Ni si quiera son planes porque todavía no los hemos puesto en marcha con la llave maestra que es la decisión.

Aún así el título que brinda Stendhal a este capítulo se me hace demasiado excesivo para lo que ahí acontece, demasiado poderoso, demasiado trágico. Pero ni hablar, ese era el sino de los tiempos, tiempos en dónde el beso en un dedo era la más erótica de las caricias y el destino de un hombre era perecer justamente dónde había nacido.

Y esto que les comento se desprende únicamente de un capítulo de 5 páginas. Si no han leído El rojo y el negro no han vivido. Aikleer.

Estamos en contacto.

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