La primavera otra vez

Y hay que dar gracias a Dios una vez más de que la primavera ha llegado al hemisferio norte. No solo la primavera es la estación del renacimiento, que en eso ya lleva mucho mérito, sino que además trae consigo toda suerte de colores hermosos.

Otro de las grandes bendiciones de la estación es la llegada lenta pero irrevocable de las faldas y los pantalones cortos que dejaran al descubierto las bruñidas piernas de las damiselas que a más de un caballero harán trastabillar por atraer las miradas y la concentración.

Regresará también el liviano algodón que suavemente insinuará los contornos otrora envueltos en la gruesa lana de los pesados abrigos o en el estambrado mentiroso de los pesados suéteres. El algodón delgado que nos guiñará encajes sin ser plenamente revelador, que nos delineará siluetas cuando el aire en acto sublime lo acerque brevemente al cuerpo femenino.

Allá irán los nacarados hombros que cargan como los de Apolo el peso del mundo, pero si la poderosa deidad hubiera tenido delicadeza tal como la de aquellas chicas que muy quitadas los libertan del peso de la vestimenta, sin duda Apolo sería la deidad más conocida de las antiguas leyendas.

Para deleite de la vida también resurgen los escotes, breves o pronunciados siguen siendo fiesta y jolgorio que inspiran las grandes hazañas y los sueños más insensatos.

Así como en una selva inmensamente poblada por la alegría las gacelas brincan incitadas por la hermosura de los días y son ellas quienes incrementan con su fulgor desembarazado la belleza de esta temporada.

Obligado por supuesto se encuentra escuchar (al menos) el primer movimiento de Las Cuatro Estaciones del maestro Vivaldi escrito para esta temporada dónde las flautas son aves y las cuerdas son el viento. Y escucharlo mientras caminamos en el parque y todas las flores, aquellas entrelazadas con la tierra y aquellas más entrelazadas con el cielo pasan ante nuestra atónita mirada.

No por menos esta también es la estación del amor. En esta estación que en lugar de trenes recibe a los nuevos amantes, a los primeros besos, a la caricia pura o a la pura caricia.

Hay que vivirla, así como se vive el amor, quemaremos las naves para obligar nuestra permanencia en el tiempo del renacimiento. Adiós a la pesada ropa invernal. Hacia el fondo del ropero irán los suéteres, abrigos, los calzones de franela. A esa ropa, mejor será no quemarla porque está muy cara, la pondremos en el olvido que es otra forma de desaparición.

Habrá quienes podrán ver a algunas aves con sus polluelos en algún árbol afortunado, incluso a alguna ardilla descarada que olvide su usual nerviosismo para recoger algo de comida frente a nuestras narices. Es momento de preguntarnos lo que se preguntaba mi maestro Pablo Neruda: ¿Y para ti qué son en este ahora/la luz desenfrenada, el desarrollo/floral de la evidencia, el canto verde/de las verdes hojas, la presencia /del cielo con su copa de frescura?

Yo por supuesto le contestaría con él mismo: Mis palabras llovieron sobre ti acariciándote./Amé desde hace tiempo tu cuerpo de nácar soleado./Hasta te creo dueña del universo./Te traeré de las montañas flores alegres, copihues,/avellanas oscuras, y cestas silvestres de besos./Quiero hacer contigo/lo que la primavera hace con los cerezos.

Estamos en contacto.

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