El paso imposible (segunda parte)

El lector podría pensar que esta es la historia de amor de Felipe, que un día estuvo en lugar adecuado en el momento idóneo y se topó con la felicidad instantánea, pensar esto, sin embargo sería un tremendo error. Por un lado no existe la felicidad instantánea, llegar al máximo estado de exultación siempre conlleva un esfuerzo titánico, dicha fuerza indispensable no es necesaria en el campo de los sentimientos, dónde todo fluye libremente como el aire, sino en la más mundana arena de la sociedad y de esto que llamamos vida. Interponiéndose entre dos frenéticos amantes siempre habrá mil y un barreras y el romperlas requiere una sola cosa, que contiene dentro de ella todo lo existente y lo que está por existir, requiere amor. Por otro lado esta historia no se trata de Felipe, ni siquiera de su hermana Marina quien he de confesar es una chiquilla que me cae muy bien y eso que por política general aborrezco a los niños. Esta historia en realidad se trata de mi viaje a Cancún. Por tanto he de aclarar que muchas de las cosas que escribiré de Felipe son meras figuraciones mías. Estuve en contacto con su historia pero a decir verdad nunca hablé con él. A su hermanita curiosamente la llegué a conocer un poco mejor y de ella vienen gran parte de las cosas que creo sucedieron dentro de la casa de Felipe. Sin embargo, no creo que mi narración de los hechos este demasiado lejos de la realidad además la historia es sobre mi viaje a Cancún y no sobre Felipe así que el lector habrá de disculpar si incurro en alguna inexactitud. En caso de hacerlo y si alguno de ustedes tiene datos más precisos les agradeceré que me los hagan llegar.


Creo que muy pocas familias se alegran de que su primogénito decida tomar el ballet como afición. La familia de Felipe no fue la excepción, pero en honor a la verdad lo tomaron bastante bien. A sus veinte años era ya difícil que cambiara su estilo de vida heterosexual, además, plantígrado como fue de nacimiento, el ejercicio le ayudaría a terminar de corregir ese defecto. Por supuesto su papá hubiera preferido que entrenará en algo más varonil pero el señor tenía confianza en su hijo y aunque nunca le había conocido ninguna novia, sabía de las revistas que guardaba en su cuarto y de cómo los ojos del chico en solo algunas ocasiones y de manera disimulada se deslizaban por unos glúteos bien formados o unos pechos demasiado expuestos por las transeúntes femeninas. Su mamá no sabía cómo tomarlo. Pues le gustaba la idea de que su hijo fuera el bailarín, ella pensaba más en baile de salón que en ballet, que su padre nunca sería, pero también le preocupaba que alguna de las disolutas ballerinas demasiado envueltas en el libertino ambiente artístico malograra los veinte años de crianza cuidadosa que le había procurado a su hijo. Otra piedrita más era también la preocupación de la identidad sexual. Su madre siendo una mujer bastante discreta y terriblemente bien pensada pocas veces pudo percibir la inclinación de su primogénito hacía el género femenino y claro, todos sabemos que una gran proporción de los bailarines varones terminan inclinados a las oscuras redes de la homosexualidad, así que no estaba totalmente segura de su hijo, pero los pocos episodios en los que sí pudo notar la obnubilación que las chicas causaban en Felipe despejaron la mayoría de sus miedos. De cualquier forma estaría a prueba, pagaron el primer curso, un par de zapatillas y algo de ropa especial, nada demasiado revelador. Sobre todo los papás del chico estaban contentos de que su hijo, normalmente ajeno al esfuerzo físico, hiciera ejercicio, se acercara un poco más al arte y compartiera algo tan importante con su hermana. Todo esto hizo el trámite sencillo para el chico, y los padres no habrían nunca de demostrar su reticencia inicial.

Fue bastante fácil decirle a Mag –buenas tardes maestra- ante la mirada indiferente de sus compañeras de clase, en la primera sesión del curso de cuatro semanas. La instructora saludó a todos y comenzó la sesión. Felipe no estaba sonrojado en esta ocasión, simplemente sonriente por una inexplicable felicidad, pero cómo ya he dicho, no existe la felicidad instantánea.

Estamos en contacto.

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