12 Monos y un regalo perfecto

Puedo contar con los dedos de una mano las personas que me han invitado al cine. No lo digo con el afán de ganar protagonismo por medio de la lástima o por medio de convertirme en un personaje patético. Las cosas se han dado así porque a muy pocas personas les gusta pasar el rato sentadas junto a un tipo que le encuentra los más extraños detalles a las películas y que casi desde el principio sabe que va a suceder.


Con el tiempo he aprendido a ver las cintas en silencio absoluto, y no porque vaya solo y me vea bastante lunático hablando solo, sino porque a las personas no les gusta saber que una película que están disfrutando mucho en realidad es muy similar a otra que se hizo hace 30 años.

Una de las mejores invitaciones que recibí fue a ver la película 12 Monos (Gilliam, 1995). La película me fascino y esa invitación se ha convertido en uno de los mejores regalos que he recibido en mi vida.

Por supuesto mi acompañante no quedó tan convencida del asunto, pero para mí fue un recuentro con el cine que había dejado de sorprenderme.

12 Monos hace énfasis en la naturaleza circular de nuestra vida. Nos pone frente a las voces que escuchamos cuando estamos asustados, nos prueba frente a la facilidad o dificultad de aceptar una verdad imposible.

Nos habla también de esa enorme paradoja dónde los que parecieran más locos son en realidad los más cuerdos y que en muchas ocasiones los aparentemente cuerdos son aquellos que han roto cualquier conexión con la realidad que los rodea.

Es una película de muchos gritos y dolor, pero curiosamente ese ruido nos indica que el daño está controlado, que sacamos nuestros problemas. Quizá la escena más tétrica de toda la película es también la más silenciosa.

No sabes si es una película de esperanza o de tristeza y eso la hace muy especial, porque invita al espectador a entenderla, a descifrarla, a interpretarla como tú quieras interpretarla. No es la mejor película de Gilliam pero sí es una de las mejores.

Sobre cualquier otra cosa, me parece que la vi en el momento correcto y de la forma correcta. No creo que mi acompañante hubiera sabido qué clase de cinta íbamos a ver y para ella, me consta, es uno de esos filmes que pasan desapercibidos, pero para mí fue un estupendo regalo.

Es una muestra de que regalar es también una tarea difícil. Pues debemos obsequiar no lo que nosotros queramos sino lo que la otra persona desea y para ello tenemos que conocerla. Tenemos que saber sus gustos, preferencias y aversiones para poder elegir inteligentemente incluso cosas que jamás compraríamos para nosotros, este nivel requiere conocimiento pero es relativamente sencillo, si le gustan los timbres postales “simplemente” tengo que regalarle uno que no tenga o uno que esté buscando. En un nivel más avanzado el dar se convierte en un arte. Regalar un gusto nuevo a una persona es una tarea casi imposible. Conocer a una persona pero tan bien que podemos decir que esto le va a gustar es una acción espléndida. Le regalamos a nuestro amigo un unas raquetas de tenis. Nuestro amigo nunca ha jugado este deporte pero lo conocemos tan bien que sabemos que le encantará y abriremos un nuevo mundo ante él.

El regalo sí es importante pero es tan solo el resultado obvio de un evento mucho más importante y maravilloso: conocer y comprender al destinatario.

Estamos en contacto.

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