Los viernes y el Karate Kid universitario

No es que toda la semana esté esperando el viernes, en realidad el día que siempre espero es el sábado. Pero tengo que confesar que estoy contento de que yo haya llegado y de que el viernes haya llegado. El viernes siempre tiene una textura más laxa, pareciera que aun cuando todavía hay que trabajar se trabaja con el descanso en la mira, es más, aquí entre ustedes y yo, he de confesar que incluso hasta trabajo de buen ánimo algunos viernes.


En la escuela esa idea del viernes social conquistaba todo tipo de conciencias. El concepto de viernes social quería decir que ese día era el designado para que se “integraran” los alumnos ya fuera con otros alumnos (de preferencia alumnas de manos suaves y miradas luminosas) o ya en el peor de los casos con los maestros.

Cuando yo entré a la universidad se suponía que las clases eran solamente de lunes a jueves dejando el viernes libre para realizar proyectos escolares y actividades culturales, sin embargo la mía sería la primera generación (degeneración sería más preciso) que contaría con nuevo y mejorado programa de estudios que incluiría clases de lunes a viernes para contribuir a la mejor preparación de los mexicanos y las mexicanas profesionistas. Ya podrán ustedes imaginar mi alegría al enterarme que dispondríamos de un día más de clases con mentes tan brillantes como el Choco (proveniente de la raíz de la palabra chocolate), ser extraño contratado y retribuido como profesor y que adquiriera dicho sobrenombre debido a que su tono de piel se comparaba por su intensidad (por prieto diría mi abuela) al de la golosina creada a partir de la prehispánica semilla.

A pesar de su apodo con raíces autóctonas, el Choco no rendía tributo a los grandes tlatoanis o maestros aztecas, todo lo contrario, tomó como modelo de clase a aquellos heraldos medievales cuya tarea consistía en leer al iletrado pueblo los bandos reales. Así que nuestro profe de marras no encontró mejor forma de saciar el hambre de conocimiento de la noble juventud latinoamerica que pasarse horas y horas ¡dictándonos! En plena era digital, lo único que se le ocurrió fue tomar un enorme poster que le regalaron los representantes de ventas de una editorial y dictarnos su contenido.

He de confesar que este hecho me tomó por sorpresa y yo pensé que al final del curso me iba a dar cuenta de que no nos estaba dictando sino que en realidad estaba usando programación neurolingüística para convertirnos en los próximos genios de nuestra profesión. De hecho a la última clase asistí con desbordante entusiasmo y con la certeza absoluta de que un gran misterio nos iba a ser revelado. Ya saben así como cuando el Señor Miyagi le dice al Daniel-san que realmente no la ha estado haciendo de lavacoches ni de chalan sino que ha estado entrenando el más alto Karate. Me imaginé al Choco de pie en la plataforma, mirándonos con la mirada de un hombre que ha pasado por penumbras, oscuridades y días, y ahora se encuentra seguro de que su legado fue transmitido a la siguiente generación. El Choco nos iba a hablar de lo que habíamos aprendido sin darnos cuenta y nos revelaría el último misterio del éxito profesional basado en todo el trabajo que nos había impuesto. Pero el Choco no llegó a la última clase.

Todo esto causo serías dudas existenciales de mi parte. ¿El cerebro era realmente una parte del ser humano? ¿Cuál es el mínimo coeficiente intelectual para considerarse humano? ¿Habrá vegetales genio? Esas 50 horas que pasamos escribiendo lo que pudimos haber leído en 5 me enseñaron que de hecho existió alguna razón por la cual las clases anteriormente nada más eran de lunes a jueves (¿habrá sido este el objetivo del Choco?) y lo peor del asunto es que ni siquiera había una chica interesante a la que pudiera admirar durante clase o quizá si la había pero estaba muy ocupado escribiendo mi dictado.

Pues años después hoy es viernes, no hay Choco y tampoco hay alguna chica interesante en mi panorama. ¿El choco me estaba preparando para este momento en mi vida? ¿Quién sabe?

Estamos en contacto.

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