Fuera de la honestidad

Espero que les hayan gustado estas entradas sobre los sitios de citas. Debo confesar que me gustó filtrear con unas 10 chicas en estas semanas ¿a quién no le gusta? Pero todo tiene un principio y un final y esta diversión e investigación desde el inicio estaba destinada a una corta vida.


Quizá por eso fue divertida, porque no la estaba tomando en serio. Ya quisiera verme echando mis sentimientos al azadón y siendo rechazado, o viendo como mi foto verdadera es ignorada una y otra vez. Eso no hubiera sido nada divertido.

Pero nos sirvió, sacamos unas buenas conclusiones y sobre todo mi meta fundamental creo que se cumplió: advertir a mis generosos lectores sobre los riesgos y ventajas de estos sitios. Quizá ahora no lo necesiten pero creo que llegaron para quedarse y, a lo mejor, algún día ocupen de sus servicios.

Ahora es momento de hablar del mundo y de este 2011 que estrenamos sin mucho bombo y platillo, por lo menos no como estrenamos al 2010 y ya no digamos al 2000.

En un mundo que se rige por ciclos es muy difícil no tener expectativas. Los deseos son siempre los mismos, cada año, cada mes, cada día, cada hora. De hecho es solo uno: salud. Lo demás es añadido y no importa el orden: ir a alguna feria del libro, ir a alguna convención interesante, apoyar a la familia, comprar el sable de luz de Yoda, leer la mayor cantidad de libros que se pueda, ver la mayor cantidad de películas que se pueda, ver la mayor cantidad de buen anime que se pueda. Por supuesto se subraya y se pone en negritas “que se pueda” porque normalmente no se puede mucho.

Acepto que mis expectativas laborales no son muy altas, pues la vida me ha enseñado que no importa lo que haga estoy destinado a ser un empleado promedio. De lo cual no me quejo, al contrario agradezco. Pues eso significa que nunca ganaré uno de esos trofeos de cristal al mejor “algo”, pero que lograré sobrevivir a la mayoría de los recortes de personal en tiempos difíciles.

A decir verdad por estas fechas recuerdo que comencé a trabajar en la compañía. Al principio parecía que era una extensión del salón de clases. Sin embargo necesité solo algunas semanas para darme cuenta que a diferencia de las aulas las empresas están en su mayoría dominadas por dos tipos de personalidades que se mezclan en distintos grados para crear todos los jefes imaginables. Tontos y exigentes.

Los que no tienen alguno de estos atributos no duran mucho como jefes. Por lo tanto el mejor jefe que tuve duró un par de meses en su puesto. Y mi jefe actual afortunadamente solo tiene el lado de la exigencia lo que me asegura una cierta justicia que a estas alturas aprecio mucho.

Los peores, por supuesto, son los que tienen ambos atributos al máximo y de esos he tenido también algunos jefes a los cuales, todavía no entiendo cómo, pude sobrevivir.

No digo que el mundo de la escuela sea más sencillo que el laboral pues sería un error hacerlo así. Nada más digo que en lo personal la escuela era un lugar de descubrimientos mientras que en lo laboral los encubrimientos son tristemente necesarios.

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