La imagen en código - parte 1


Otro día de trabajo más. No me juzguen mal, en realidad no me quejo. Confieso que mi sueño era ser escritor de comics y que en lugar de eso 6 días a la semana me encargo de redactar manuales para una empresa multinacional. Bien vistos son parecidos a los comics, tienen imágenes y diálogos y aunque pueden parecer monótonos son la guía que ayuda a los empleados a hacer correctamente sus tareas. ITMT01031: Ingresando el balance al módulo de Finanzas, RHMT02664: Asignando compensación variable a ejecutivos. Aunque tiene paredes grises tengo mi propio cubículo y cada uno de los 4 años desde que me contrataron me han dado un buen aguinaldo con el que por fin he podido terminar de pagar mi auto compacto e incluso comprarme una pantalla de 50 pulgadas para poder ver El Señor de los Anillos en alta definición. Siempre había querido ver El Señor de los Anillos en alta definición =D

Así que no tengo porque quejarme. Muchos de mis compañeros de salón están desempleados o ganando mucho menos que yo. Y mucha más gente en México no tiene siquiera que comer. Por supuesto mi sueldo no es una maravilla pero estoy contento de que mi trabajo me permita comprar la edición especial de las películas de Alfred Hitchcock si se me da la gana comprarlas.

Mi novia, Cristina, con quien llevo saliendo 8 meses, no es una super belleza pero cuando se arregla más de un chico la voltea a ver y cuando la beso las hormonas me hacen perder cualquier tipo de raciocinio. Claro que hay que comprarle muñecos de peluche y esas cosas, pero vale la pena.

Como podrán darse cuenta estoy preparando el terreno para que de un momento a otro me llegue un paquete Fedex con un teléfono celular adentro que en cuanto lo tome empiece a timbrar o bien narraré como en un viaje a la farmacia una chica hermosísima (¡Angelina Jolie por favor!) me diga que el asesino de mi padre está tras de mí y de pronto nos fugamos en un auto deportivo a una sociedad secreta de asesinos o ya de perdido que al llegar a mi departamento me de cuenta de que ha explotado y me tenga que ir a vivir con el tipo extraño que conocí en el avión. Aunque es verdad que estoy abonando el terreno para describir algo inusual, es sorprendente como las cosas inusuales son en realidad de lo más común.

Alejandro Estrada Robledo trabaja como ingeniero de manufactura en la sección de ropa. Sé su nombre completo no porque seamos amigos o compañeros cercanos de trabajo. Mi nombre es Alejandro Estrada Márquez, y por tanto mi dirección de correo electrónico es Alejandro.estrada@xxxx.com mientras que su correo es Alejandro.e.robledo@xxxx.com infortunadamente las personas se comunican por otros medios además del correo electrónico de tal suerte que todos sus compañeros de trabajo en el “mundo real” lo conocen como Alejandro Estrada y cuando tienen a bien mandarle un mensaje lo hacen utilizando ese nombre y como se podrán imaginar el correo me llega a mí. Debo de reconocer que ha hecho un buen trabajo corriendo la voz de que aun cuando su nombre indique lo contrario su dirección es Alejandro.e.robledo pero no falta el despistado o bien alguien que no conoce la historia así que termino de manera frecuente con algún correo para él.

Esto en mi vida cotidiana no tiene la menor importancia, recibo el correo, lo leo y lo reenvió. Aquella mañana llegó a mi bandeja de entrada un mensaje diferente. En lugar de texto había un montón de código ASCII regado por la pantalla. MI impresión inmediata fue que se trataba de una imagen que al no poder ser procesada por mi programa de correo se mostraba como código. Si en ese momento hubiera hecho lo mismo de siempre, clic en reenviar, escribe las primeras letras Alejandro.e. en el campo “para:” dar clic izquierdo en el nombre propuesto y después dar clic en enviar. Nada de esto hubiera pasado pero para eso estamos aquí ¿no es cierto? Lo que hice fue borrar el mensaje.

Les doy mi palabra que no me di cuenta. Seleccioné el mensaje recién recibido en el modo de previsualizar vi el código y pensé que era spam. Le di clic al lado del mensaje, en la cruz que significa eliminar (esta frase tendría un significado mucho más profundo de lo que imaginaba), y el mensaje fue transferido a mi bandeja de reciclaje.

La ciudad en la que vivo y cuyo nombre no puedo revelar y que quisiera llamar Cuévano pero estoy seguro que algún escritor me demandaría, es de tamaño mediano. Como cualquier otra en México de vez en cuando el crimen organizado hace algunas balaceras dónde ellos mismos y algún desafortunado transeúnte mueren, lo “normal”, pero regularmente se puede andar en lugares públicos sin temor a ser asaltado. No recuerdo lo que hice ese día, pero sí recuerdo el cielo hermoso de un día de primavera, el viento en mi cara y casi podría jurar que escuche “I feel good” de James Brown en mi radio aunque mis amigos juran y perjuran que nunca la he tenido en mi lista de reproducción. Tenía que comprar un paquete de hojas para mi impresora en casa así que me estacioné en el lote del supermercado y procedí  a hacer mi compra.

Cuando regresé al auto un tipo lo estaba abriendo. Al principio pensé que era un auto parecido al mío pues el individuo no parecía tener problemas para abrir la puerta del conductor y la cajuela. Pero al acercarme más perdí cualquier duda o esperanza. Un tipo de tez morena y vestido casual, como dicen en las descripciones policiacas, encendió mi auto y se lo llevó.

La adrenalina nublo mi marco de visión y mis músculos se tensaron. Lentamente el temor dio paso a un enojo visceral que nublo mi mente, dije un montón de improperios que llamaron la nada amistosa atención de los compradores que entraban a la tienda y estuve a punto de lanzar mi celular al piso cuando razoné por primera vez que lo iba a necesitar para llamar a la policía. Este fue otro principio.

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