El ataúd

De verdad que quiero hablar de cosas muy alegres. La entrada del día de hoy, les doy mi palabra, empezaba con una breve descripción del honor y después discurría sobre como la tecnología ha destruido la confidencialidad. Sin embargo a la mitad del asunto me desvié a lo que resultaría ser el verdadero tema de esta entrada. Así es la vida uno tiene una idea pero al final se debe hacer lo que se pueda hacer.

Todavía en la actualidad la muerte resulta un rito intrincado. Uno de mis mejores amigos utilizó su primer pago para comprar un lote de fosas en un renombrado cementerio de mi localidad. Con todo las tumbas ya no son lo que eran antes. Majestuosas esculturas de finos materiales que se alzaban orgullosas desde el lugar dónde los restos de un hombre (no importaba que en vida hubiera sido mezquino, irritable, amable o despreciable) descansaban en paz. Hoy en día dichos monumentos a la muerte orgullosa (en el mejor de los casos) por motivos económicos se han reducido a una placa en dónde cada vez se inscriben más nombres como si de un directorio de un condominio en el subsuelo se tratara.

La muerte es todo un negocio. No nada más las personas que se afanan en que la última apariencia del difunto sea la de una pálida estrella de cine, sino hasta los ataúdes cuyos modelos incorporan los más finos y extraños materiales, por no decir también los más caros resultan el equivalente tétrico de un Ferrari hacia el Hades. Por si fuera poco muchas de las religiones cobran las ceremonias mortuorias a precios de concierto de U2 y como ya mencione también el lugar donde yacen los restos tiene un precio. Antes solían ser precios de cuarto de hotel, cada vez más el mercado los empuja a tiempos compartidos en desarrollos turísticos todo en incluido. Pero en lugar de un departamento en la playa se paga un foso sin vista al mar.

También está el mantenimiento. El hecho de que uno esté muerto y de que no se deje uno ver, no significa que nuestra placa y el espacio de nuestra tumba que surge al mundo (porque nuestro ataúd bien puede estar debajo de otros 5 ataúdes) no se encuentren correctamente dispuestos. Todo lo contrario los colores (plata, oro, negro de preferencia) deben de estar relucientes y el césped muy bien cortado.

Sin embargo ¿esto servirá de algo? Si un hombre fue aborrecible durante su vida, el hecho de comprarle un magnífico paquete fúnebre no lo hará mejor. Si fue una persona valiosa y bienamada de seguro le hubiera importado muy poco que su tumba fuera un reflejo de su alma, lo cual, además, es imposible.

Dice el poeta Jaime Sabines: ¡Qué costumbre tan salvaje esta de enterrar a los muertos!. Me parece que la mejor manera de tratarlos es recordarlos con mucho cariño, sabedores de sus defectos y de sus virtudes aceptando plenamente sus enseñanzas y procurando que esa sabiduría y amor que acumularon a lo largo de sus años sea recordada y atesorada por las personas del futuro. De esa manera, los muertos nunca estarán muertos, pues sus pensamientos y sus ideas nos seguirán acompañando. Una tumba, un ataúd, pueden ser destruidos una idea impregnada en la humanidad subsistirá mientras la humanidad subsista. ¿Alguien conoce la tumba de Jesus, de Aristóteles, de Platón, de Mozart, de Einstein? Y sin embargo esas presencias a muchos años de morir se encuentran mucho más presentes que cuando murieron.

La mercadotecnia de la muerte es una forma infructuosa de redimir una vida insubstancial. He dicho.

Estamos en contacto.

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