El perro de las dos tortas


La historia, porque estoy seguro de que se trata de un ejemplo verídico, es de todos conocida. Era una calle de pueblo. La calle principal. La noche era una noche de jueves. La gente hacía breves filas para comprar tacos y tortas en los puestos más famosos del lugar. No es que hubiera muchos, pero de entre los pocos las Tortas de don Pedro y las de los Fernández eran siempre los más solicitados. Curiosamente estaban muy cera el uno del otro, tan solo a un par de metros.
Los perros de los pueblos, animales flacos de apariencia inofensiva, siempre merodeaban la calle de Aldama. De vez en cuando algo se les caía a los niños por estar jugando, a las mamás por estar muy entretenidas en la plática o a los hombres por voltear a ver a Vanesa. La hija de don Efrén que gustaba de faldas breves, escotes pronunciados y por si eso fuera poco la distinguida dama gozaba de un cuerpo curivilíneo y lúbrico. Mmm ¿En dónde estaba? Ah sí, decía yo que, los perros con el pellejo pegado a los huesos con inusitada paciencia permanecían quietos al acecho de una oportunidad para robar algo de alimento.
Esa noche al Chucho, como le decían a un perro color miel con manchas negras, tuvo la gran oportunidad de su vida.
Las melodías gruperas salían de la grabadora de don Pedro a mediano volumen, entre los mismos negocios se turnaban el derecho y el honor de poner la música que le daba ánimo a la calle.
Nadie hubiera pensado que precisamente la música fuera la que le daría a Chucho una oportunidad de oro.
La calle iluminada por los focos que colgaban de los puestos era generalmente un lugar animado y una pareja de chicos al oír la canción más movida del momento se puso a bailar a media calle poco a poco los comensales de los distintos puestos comenzaron a voltear para ver a la joven pareja que en honor a la verdad no bailaban nada mal.
Entre los puestos de don Pedro y los Fernández se encontraba Chucho quien de inmediato se percato que de un lado una torta de jamón se encontraba desatendida y del otro una de chorizo. Con tanta experiencia en este rubro del hurto de emparedados, nuestro perro de pueblo sabía perfectamente que solo tendría una oportunidad en cuanto le hincara el diente a una, el dueño de la otra torta inmediatamente protegería la suya.
Pero para Chucho la decisión no era sencilla, el jamón era quizá su alimento favorito y por el otro lado sabía que las tortas de chorizo Fernández eran la especialidad de la casa. ¿Cuál era mejor? ¿jamón o chorizo? ¿chorizo o jamón?.
La pareja a media calle incluso se daba el lujo de hacer unas muy breves cargadas en el baile mientras la cada vez más apretada concurrencia los animaba aplaudiéndoles.
¿Jamón o chorizo? ¿Chorizo o jamón? Las glándulas salivales de Chucho chorreaban en el piso la digestiva sustancia, su boca abierta, los ojos desorbitados la cabeza volteando rápidamente de un lado al otro.
De pronto, como suceden las coas en la vida, de un movimiento rápido el Canelo, otro can callejero, avanzó hacia el puesto de don Pedro y se comió de un solo bocado la torta de jamón. Chucho a penas se dio cuenta de esto supo que tenía que actuar rápido, pero en ese mismo instante la música paró de súbito y el dueño de la torta de chorizo le propino a Chucho una tremenda patada al darse cuenta que se abalanzaba hacia su cena.
Adolorido y con hambre, Chucho camino lentamente hacia un callejón oscuro en dónde se echó a lamerse su herida. Aquella noche Chucho soñó que comía dos tortas y cuando despertó tenía más hambre aún.
¿Y esto que tiene que ver con nuestra vida? Pregunta el amable lector. Mañana les digo


Nos leemos.

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