La imagen en código -parte 10-



Alan tenía 9 años. Todas las mañanas de escuela su camisa blanquísima contrastaba con su piel morena y su cabello de un negro intenso. Sus maestros lo habrían de describir como un buen niño, cierto, estaba entre los más inquietos pero nunca era mal intencionado. Todo lo hacía con un afán muy puro de diversión. Aunque su mamá se preocupaba mucho porque siempre llevara un uniforme limpio su mamá no podía pasar el tiempo suficiente con él. La tienda, el único medio de vida que tenía la señora para mantenerlo, le absorbía prácticamente todo el día. Casi todos los días al salir de la escuela Alan se quedaba en la casa de uno de sus amigos y no llegaba a la suya sino pasadas las 5. Ese día no fue la excepción y aunque le llamaron la atención dos camionetas negras que pasaban por su calle, no le causaron ninguna alerta. La zona no era conocida por ser muy tranquila y sabía que incluso en la tienda familiar de manera frecuente iban tipos de mala pinta a dejar y recoger cosas. Su mamá le había dicho que eran proveedores de la tienda, pero nunca pudo adivinar que mercancía proveían. Lo que encontró o más bien lo que no encontró cuando llegó a la tienda le puso los nervios al borde la locura. Su mamá no estaba ahí. Las cosas parecían bastante acomodadas pero sabía que algo se había movido, su mamá era una organizadora casi compulsiva. Y la caja con el dinero estaba intacta con monedas y billetes. Su mamá, cierto, podría estar en el baño pero nunca habría dejado el dinero así. Era un niño pero sabía a ciencia cierta que su mamá estaba en serios problemas. Salió corriendo a la calle sin mirar atrás. Eso también se lo había enseñado su mamá:
-Si algún día ves que hay problemas en la tienda vete corriendo-
-¿Qué clase de problemas?-
-Pues que yo no esté o notes que hay algo mal, no te quedes a investigar vete a la colonia del Monte con Gerardo, yo ahí te encontraré, ¿sabes llegar con Gerardo verdad?-
-Sí, mamá-
-No te apures mijo, no me va a pasar nada, es pura precaución-
Lo abrazaba y todo quedaba como un recuerdo, solo que en esta ocasión no estaba su mamá para abrazarlo y su única salida era correr a esa colonia oscura que le asustaba y encontrar al Geras quien lo asustaba un poco más. Por puro hábito se fijó en el reloj y eran las 5:15, oscurecería pronto.
El agente Jasso revisó en la cajuela de su auto los electrónicos que había sacado de la bodega clandestina de los roba coches. Tres computadoras y cinco auto estéreos. Tenía que regresar a la delegación para investigar de quienes eran. Eso le daría una idea de lo que andaban buscando los tipos de las camionetas negras, pues mientras más lo pensaba esto no era cuestión de drogas sino que inadvertidamente los roba coches se metieron en un problema mucho más grave.
Después de dos horas en la delegación no tenía nada en claro, las computadoras eran de estudiantes de universidad que se fueron de juerga después de clase y cuando regresaron medio borrachos al estacionamiento se dieron cuenta que el auto no estaba ahí ni en ningún otra parte a la que ellos pudieran acceder. Jasso pensaba que era difícil que esos estudiantes fueran hackers habilidosos pero por si las dudas comparó sin éxito los accesos hechos en esas computadoras con los registros generados por la sección de delitos de internet. Cuándo regresó confundido a la cajuela para desensamblar los equipos de sonido para encontrar “algo” escondido en ellos se dio cuenta de que mi computadora no estaba ahí. Si existe alguna cosa positiva de mi estilo de vida es que es muy complicado hacerme sospechoso de un evento criminal, el agente Jasso tenía una certeza casi absoluta que yo no era culpable de nada pero siendo la actividad que le faltaba hizo la llamada:
-¿Alejandro?- Doña Coco acababa de irse y la casa parecía medio vacía una vez que tiramos todas las cosas rotas pero al menos era casi imperceptible que horas antes todo había estado patas para arriba. Estaba sentado en una silla de madera del comedor viendo por la ventana como la oscuridad silenciosamente se tragaba al mundo mientras luces solitarias se iluminaban aquí y allá.
-¿Quién habla?-
-Soy el agente Pedro Jasso, nos conocimos esta mañana en la delegación de policía-
-Ah claro, comandante Jasso, un gusto saber de usted tan pronto ¿me tiene buenas noticias sobre la computadora?-
-No precisamente, pero quería preguntarte qué clase de información tienes ahí guardada, esto me ayudará a negociar con los “dueños” actuales-
-No mucho, mi correo electrónico y cursos de capacitación-
-Ah muy bien-
-¿Sigue en pie la oferta de entregármela mañana?-
-No te quiero quedar mal, para serte sincero he tenido ciertas complicaciones-
-¿Complicaciones? Y eso que a usted no le han registrado la casa- Dije exasperado. En ese punto estaba seguro de que me había dejado engañar por Jasso quien muy posiblemente era tan ineficiente y corrupto como todos los demás polis.
-Perdona pero ¿Qué quieres decir con que a mí no me han registrado la casa?-
Le platiqué lo acontecido y tras escuchar muy atento me dijo que de ser posible durmiera en alguna otra parte por un par de noches. Cuando lo sugirió me puse muy, muy nervioso ¿qué demonios estaba pasando? Él me tranquilizó y me dijo que trataría de encontrarle sentido a todo lo que estaba pasando. Lo único claro en ese momento era que tenía muy buenas razones para ir a ver a Cristina :D, hey estaba asustando pero a esta edad uno está carente de cariño femenino ¿no?

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