La imagen en código - parte 2



Cuando regresé al auto un tipo lo estaba abriendo. Al principio pensé que era un auto parecido al mío pues el individuo no parecía tener problemas para abrir la puerta del conductor y la cajuela. Pero al acercarme más perdí cualquier duda o esperanza. Un tipo de tez morena y vestido casual, como dicen en las descripciones policiacas, encendió mi auto y se lo llevó. 


La adrenalina nublo mi marco de visión y mis músculos se tensaron. Lentamente el temor dio paso a un enojo visceral que nublo mi mente, dije un montón de improperios que llamaron la nada amistosa atención de los compradores que entraban a la tienda y estuve a punto de lanzar mi celular al piso cuando razoné por primera vez que lo iba a necesitar para llamar a la policía. Este fue otro principio.
Cualquiera podría pensar que lo conducente era perseguir al ladrón y dispararle a la llanta del auto para que no huyera pero por más que me guste mi auto valoro más a mi vida además, ahora que lo pienso, no tengo pistola.
Si por mi hubiera sido me hubiera regresado a casa en camión y me hubiera olvidado para siempre del coche, pero la computadora del trabajo estaba ahí y pues las cosas no están como para perder un auto así, nada más. Ni si quiera sabía el número de la policía, se lo tuve que preguntar al vigilante del estacionamiento que curiosamente parecía al borde de la risa por que el imbécil ni el intento hizo de hacer su trabajo. Por supuesto que él tampoco sabía el número pero al menos le preguntó a alguien que sí lo sabía y de manera expedita, después de una corta hora, una camioneta con 3 policías uniformados llego al que se le llama “el lugar de los hechos”.
La primera hipótesis de los guardianes del orden fue que yo me había auto-robado el coche para cobrar el seguro, una vez que los hube convencido que me las vería negras para cubrir el deducible del auto recordé, que en efecto, tenía que llamar a la compañía de seguros. Investigué en línea el número con mi teléfono y una vez que pudieron encontrar mí registro prometieron que enviarían a alguien de inmediato. Finalizada mi llamada los guardianes del orden trataron de convencerme de que en realidad había olvidado en dónde había dejado estacionado el auto y que, como Hachi, me estaba esperado impaciente en otro estacionamiento y a su beneficio habré de decir que a punto estuvieron de convencerme de esta teoría, infortunadamente la razón volvió a mi cuando llegó el tipo del seguro quien los saludó de mano y les habló de manera desenfadada. Los policías cambiaron sus semblantes amenazadores y nos acompañaron al ministerio público donde se me tomó declaración y me dijeron que “harían todo lo posible” por recuperar mi preciado automóvil.
Alberto, el de los seguros, me llevó a casa y en el caminó me comentó “en confianza” que las compañías de seguro daban muy buen dinero a los policías para que recuperaran los autos y esto, aunque es bueno para el país en general, no era del todo bueno para mí, porque una vez que lo encontraran el seguro solo tendría que añadir las partes que le faltaran, claro, el equipo de sonido y aire acondicionado no estaban incluidos.
La verdad yo me la pasé pensando en la computadora, no que me importara mucho el trabajo pero me daba la impresión de que no le iba a hacer mucha gracia a mi jefa. Marina, era una mujer de cabello castaño claro y ojos muy intensos. Su principal preocupación era su trabajo y subir en la jerarquía laboral tan rápido como le fuera posible. Quizá si la hubiera visto en un bar, si yo fuera asiduo a esos lugares, me hubiera gustado, tenía unos cuantos años más que yo así que no hubiera sido una relación imposible. Sin embargo, habiéndola conocido en el ambiente laboral sencillamente le tenía miedo. A lo mejor por ser mujer, a lo mejor por su deseo de subir rápido, a lo mejor porque así era su endemoniado carácter, por cualquiera que fuera la razón era muy dura. Para ella lo importante era lograr los objetivos sin importar a quien te llevaras en el camino. Por ahí, curiosamente, decían que su novio era un tipo extravagante que se las daba de artista pero que más bien parecía un vividor bastante consumado. Nunca lo conocí pero no se me haría raro que esa mujer inmisericorde tuviera un punto débil tan de lugar común.  Claro estoy tratando de ser extremista, a pesar de que me tratara con una dura frialdad y me evaluara como si yo estuviera al borde de la inutilidad, nunca me negó un permiso. Supongo que una vez que dejaba el ámbito laboral sabía o quería pensar que todos éramos humanos y teníamos que tener vacaciones o solventar problemas. Nunca la vi solventar un problema personal, y por supuesto que los tenía.
Al día siguiente, con la copia de la denuncia en la mano fui a su escritorio y le comenté lo sucedido. Habría de saber más tarde que su primera impresión fue que me fui de antro y en plena congestión alcohólica perdí el auto y todo su contenido. En ese momento definitivamente contemple en su mirada la expresión de alguien que acepta lo sucedido porque hay un respaldo que costaría mucho trabajo cuestionar, es decir, no me creyó pero evaluó que investigar lo que realmente sucedió le costaría más trabajo.
Me prestó su lap para que pidiera el reemplazo y se aseguró que los de sistemas me dieran una computadora que pudiera usar por mientras. Me senté un par de horas frente a un escritorio vació a jugar con mi celular, no sabiendo que esas eran las últimas horas de relajación que iba a tener en mucho tiempo.

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