Descanse en paz mi amiga

El sábado pasado falleció mi amiga la hippie. Me imagino su casa vacía en la montaña en estos días lluviosos y nublados. Los árboles que eran sus amigos, las serpientes que eran sus juguetes. Los imagino a todos ellos, solos, creciendo sin ella. Nunca había conocido a una persona que de verdad rechazara las cosas económicas por su deseo de vivir una vida plena. Generalmente la plenitud se da con buen auto, una casa, en mi caso con una buena computadora y conexión de internet. Pero para ella todo eso no era importante, para ella los días navegando levemente en su bote pequeño, las tardes afuera de su minúscula casa frente a su enorme jardín era lo que le daba valor a la existencia. El descubrimiento de lugares lejanos, de gente autentica. Porque sus amigos eran todos especiales, en sentido estricto no me considero uno de ellos pues yo era, más bien, un observador pasivo de su vida llena de nobleza, siempre pensando positivo aunque viviendo una vida bastante desparpajada.


Sobre todo, estoy seguro, amaba a su hija con locura. De verdad que su semblante cambiaba siempre que hablaba sobre cuando nació, de cuando estuvo enferma en algún lugar en Asia ¿en Singapur?, de cuando ella misma corría por entre los árboles y se colgaba de las lianas. Muy en segundo lugar se encontraban su hermana y su hermano que algo tienen de ella y son a la vez diferentes. Tenía también un perro chihuahueño horrible pero que ella adoraba porque, así era ella, más que ver al animal veía a un ser que constantemente buscaba y necesitaba su calor, que la perseguía y la cuidaba.

Nunca supe mucho de su vida amorosa, realmente no era de incumbencia, pero me imagino que era difícil para ella encontrar a una persona capaz de seguirle ese ritmo de vida tan alejado de lo material y tan propenso al viaje y al contacto con la naturaleza. Generalmente las personas buscan una cierta estabilidad que ella, a decir verdad, nunca tuvo. Buscaba nuevas experiencias para su hija y con razón mostraba que esas experiencias no eran parte de un sistema escolarizado sino parte de la sociedad, del mundo gigantesco que se extiende más allá de las aulas. Aún así la Hippie estudio la universidad y se graduó y daba clases particulares, con eso ganaba lo suficiente para manterse ella y su hija y aún así, en esa humildad económica pero en esa vastedad de amor, se daba el lujo de regalar algún libro o invitarme una comida.

Realmente no me preocupa su hija. Seguramente su hermana se hará cargo de ella. Una mujer dura pero amorosa igual que ella. En algunas semanas será su servicio funerario y esa quizá sea la última vez que vea a la niña. Más que de la Hippie me dolerá despedirme de ella, porque sé que la Hippie se queda en mis recuerdos dónde no necesita nada más, pero la niña se queda en un mundo dónde las mamás son esenciales. Me duele pensar que la pequeña estará por ahí y que a veces se va sentir triste y no voy a poder hacer nada porque se sienta mejor.

Para ser franco nunca tuve una verdadera conversación con la Hippie. Pero fui parte de muchas de sus conversaciones con otras personas. Era de verdad una rebelde. Pero una rebelde en contra de una sociedad que pensaba enajenada pero era una conservadora en lo referente al cuidado de la naturaleza y de la aceptación de las demás personas. Muy frecuentemente llegaba tarde, con el material para sus clases desordenado, sin una idea muy clara sobre que iba a enseñar o cómo iba a hacerlo. Pero después se ponía a platicar todo lo que le importaba en la vida. En cómo ayudaba a niños refugiados o salvaba aun animal en su jardín, y lo demás ya no importaba, porque la esencia humana le gana siempre a las formas y al conocimiento. La voy a extrañar.

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