La carta a lo imposible

Supongo que en la Europa medieval cuando se inventó la tradición de escribir cartas a San Nicolás, no se esperaba que los niños pidieran cosas irrazonables. Un juguete de madera, un trineo si acaso. Era muy probable que a la mayoría de los niños, el santo de los regalos, les trajera exactamente lo que habían pedido. Con esto no digo que la época medial fuera vasta en recursos, más bien quiero decir que los niños eran condescendientes en sus deseos. Sin embargo hay algo sobre lo cual no podemos dudar de los niños: no son condescendientes por mucho tiempo. En algún momento, a algún sirviente de la realeza seguramente se le ocurrió pedir un juguete extraño de esos que solo los príncipes podrían poseer y ni el santo, ni los padres pudieron, por supuesto, cumplir el deseo. A partir de ese momento las cartas no fueron más un menú plausible, simplemente un sueño por escrito.



Lo que después se denominó carta a Santo Claus se convirtió en algún punto en un registro de deseos. Algunos niños pedirán por juguetes imposibles, otros más por cosas de la vida mucho más imposibles aún. Así a los niños occidentales desde muy pequeños se les enseña no un espíritu benevolente motivado por el nacimiento del salvador, la enseñanza es que muy difícilmente los deseos se hacen realidad. ¿A cuántos de nosotros al pie del árbol nos esperaba un sweter, un libro o un juguete que en la vida habíamos visto? Cuántos de nosotros sentimos la desesperación de la omisión, si fui un niño estándar, por lo menos me debió de haber llegado mi Nintendo Portátil en 3D ¿no?.


Una vez que crecemos nos damos cuenta que son nuestros padres los que tienen que cargar con el peso de los sueños mutilados. Ni siquiera me cruza por la mente el dolor de unos padres que saben que su niño nuca va a tener el juguete que tanto quiere. Muy al estilo de: si pudiera vender un riñón para que mi hijo tuviera su disco de Resident Evil lo vendía.


Cuando crecemos comenzamos a cercenar esa habilidad de soñar, porque aprendemos que para hacer realidad los sueños habrá que dejar todo lo demás y normalmente ese es un precio que muy pocos estamos dispuestos a pagar. Comenzamos a desear algo mesurado para que igual de mesurado sea el esfuerzo para conseguirlo. Así ese Ferrari se convierte en Nissan del año, la mansión se convierte en una casa en un fraccionamiento privado y la actriz y/o modelo de nuestros amores se convierte en una compañera del trabajo.


Con el tiempo nos daremos cuenta de algunos de nuestros sueños ni siquiera eran tales, simples caprichos o sueños despiertos. Con el tiempo los verdaderos sueños se irán depurando hasta dejar quizá un par y llegaremos a un punto de decidir si cambiaremos todo por intentar alcanzarlos, o los cambiaremos por una versión más austera y al alcance de nuestras posibilidades.


Otra cosa hay que tener en mente, el buscar nuestros sueños ni de lejos garantiza que los alcancemos. Robert Peary con enormes sufrimientos e inteligencia intentó varias veces llegar al polo norte para ser el primero en la historia en hacerlo. Los expertos dudan que realmente haya llegado. Pero cuando, al menos él, pensó que había sido el primero solo le bastó regresar a su barco para enterarse de que muy posiblemente otra persona había llegado antes que él. Peary cumplió lo que él pensaba era su sueño ¿realmente lo era? ¿realmente lo cumplió?¿Qué le habría pedido a Santo Claus alguien como él? Seguramente una bolsa de galletas chinas de la suerte o una nieve polar de limón.

Por cierto no se pierdan el especial anti-halloween del día de hoy en Cineti-K. 7pm Hora México, 8pm Hora Radio.

Nos leemos.

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