La decisión
Es el
último día de clases y es la última hora. Desde mi lugar en este mundo observo
a mis compañeros. No creo que pueda llamarlos amigos. Con algunos he jugado, con
otros tantos me he peleado. Bueno, decir que me he peleado es una exageración.
Lo más correcto sería decir que me han atacado y yo los he ignorado. Es cierto,
soy el raro pero ellos también tienen su lado de rareza aunque no se den cuenta.
Por supuesto ahí está ella, esperando a fuera del salón.
Uno no
elige de quien se enamora. El hecho de que siempre huela bien, que tenga ojos
verdes y que sencillamente sea hermosa no tiene nada que ver. Aunque si pienso en
que al menos otros 30 en la escuela están enamorados de ella supongo que
incluso alguien como yo puede notar una tendencia. A veces me pregunto si todos
están enamorados de ella por las mismas razones. Si ellos verán en ese gesto
que hace cuando se le olvida una libreta una mezcla de enojo divertido y
alegría por lo inusual, o cuando frunce el ceño en la biblioteca cuando se topa
con una frase que no ha entendido ven en esos dos golpes que se da en la frente
con el lapicero una forma de destrabar con ternura una neurona que se ha quedado
atascada en otras cosas. ¿Ellos también estarán enamorados de ella por eso?
Creo que
dentro de mí, hasta yo entiendo que no estoy enamorado. Que aunque trate de
observarle lo mejor posible, en verdad no le conozco. Que como lo demás estoy
enamorado de cómo camina, de cómo sonríe y de todas las demás cosas que me
guardo durante el día para soñar con ellas justo antes de irme a dormir.
Pero aun
así quiero convencerme de que estoy enamorado, de que soy un héroe trágico que
a pesar de ser un buen chico jamás podré tener una novia como ella. De hecho
también, de alguna forma absurda me cae mal. Me saluda y sonríe como si nada,
como si no supiera que soy el raro. Eso solo me da esperanzas cuando no hay
ninguna. Sencillamente es amable y bien educada, hasta yo puedo ver eso aunque
todo lo demás en mi universo me diga que en realidad no le soy indiferente, que
tengo una oportunidad.
Todos los
días veo su Facebook y me imagino ser ese chico que le pasa la mano por la
cintura mientras ambos posan alegres para una foto más.
En fin,
solo pienso en eso cuando el maestro no está, cuando viajo en el camión y veo
por la ventana, antes de sentarme a hacer mi tarea en el comedor, antes de
dormirme, cuando me peino por la mañana y trato de que esa estúpida imagen en
el espejo se vea lo menos peor posible. No, no estoy obsesionado. A lo mejor es
que mis compañeros tienen razón y sencillamente soy raro.
El otro día
Marcos le arrebató una libreta a Aurora, sí se llama Aurora como la bella
durmiente. Odio a sus padres. Y Esteban, Juan y Enrique se levantaron de
inmediato para defenderla. El estúpido de Marcos se disculpó y se fue a su
asiento. Di gracias por ser lento. Si yo me hubiera puesto de pie también, el
raro, habría sido una vez más el hazmerreír del grupo. Y hubiera, por supuesto,
mostrado que ella me gusta. Claro, el raro no tiene derecho a que le guste la
chica hermosa, solo tiene derecho a que le guste Paulina, la chica que siempre se
viste de negro y que a sus 17 años tiene 3 tatuajes. Ella debería de ser mi
objeto de deseo. Es lo que debería ser. Sin embargo ella no me gusta. Por
supuesto que me doy cuenta que detrás de esa forma algo extraña en que se peina
y de esas ropas inusuales y sin color se esconde una chica que no está mal pero
¿quién soy yo para cambiarla? De entre todas las cosas que no puedo decidir por
lo menos decido que ella no me gusta.
A veces
pienso que si yo al menos fuera inteligente podría tener un arma contra ellos,
contra esos otros que me tienen relegado a rareza, sin embargo como le dicen
los maestros a mi mamá “su desempeño es regular”.
Desde hace
algunas semanas entretuve la idea de decirle a Aurora lo que siento el día de
hoy, el último día de clases pero después vi una caricatura dónde hacían eso y
me convencí que no solo era un estúpido lugar común sino que era en sí una
completa estupidez el protegerme con ausencia en caso de que mis sentimientos
fueran rechazados (que por cierto estaba seguro de lo serían). Si realmente se
ama se vive con ese amor a pesar de todo. Además ¿cómo me iba a dar una oportunidad
si apenas me saluda? Si nuestros mundos son tan distintos.
El raro añora
el otro lado de la rareza. Típico.
Volviendo a
casa, antes de subir al camión, mi vieja mochila decidió graduarse también y se
rompió de la parte de abajo, mis monedas, mis discos, mis libretas todo se
extendió al pie del camión. Al chofer por supuesto, poco le importo y al verme
agachado y sin visos de abordar en el muy corto plazo, arrancó y se fue.
Sinceramente
me dieron ganas de llorar ¡maldita sea! Mientras seguía recogiendo las cosas
una mano comenzó a ayudarme, no me importó quien era. Solo quería terminar de
recoger las monedas que tan contadas estaban, mis bolígrafos y memoria usb. La
mano me siguió entregando cosas que yo ponía arriba de la mochila para después
envolverlas con ella. Una vez que no quedaba nada más por recoger me acerque
más a la pared, pues todo este tiempo estuve al borde de la banqueta, y por fin
miré a la persona que tan amablemente me había ayudado. Estaba a mi izquierda,
recargada en la pared. Me sentía muy agradecido, era una cosa sencilla pero
solo esa persona, de entre las 5 que ahora que veía con más calma estaban
cerca, me había ayudado.
Era Paulina.
Sonriendo me extendió la mano y me entrego una bolsa de supermercado.
–Puedes usarla-
dijo.
-Gracias-
-Espero que
entiendas que solamente estoy siendo amable, no estoy interesada en ti-
La vi a los
ojos sorprendido, no me había dado cuenta pero sus ojos también eran verdes,
verde aceituna. Mentalmente le agradecí la aclaración aunque llegó unos breves
instantes tarde. Ya estaba enamorado de ella.
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